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El arte de elegir vino: más allá de las puntuaciones

Como cineasta y amante del vino, he observado con creciente frustración cómo, tanto en el cine como en el mundo del vino, nos dejamos llevar por las listas, las puntuaciones y las opiniones de críticos. Hoy en día, parece que no podemos simplemente disfrutar de una película o una botella sin antes revisar lo que otros han dicho. Vivimos en la era de las listas de “los mejores”, tanto en películas como en vinos, y aunque estas referencias tienen su lugar, creo firmemente que están limitando nuestra capacidad de disfrutar lo que realmente nos gusta.

En el cine, esta obsesión por lo que todo el mundo dice que “hay que ver” también está presente. Constantemente se habla de las mismas 300 películas en los podcasts, los mismos clásicos que figuran en las listas de las “mejores de todos los tiempos”. Y aunque esas películas son excelentes, hay muchas más que merecen ser vistas. Personalmente, siempre he valorado esas joyas ocultas, aquellas películas que te encuentras por casualidad, que no están en el centro de los focos, pero que logran conectarte de una manera única. Esas son las películas que, aunque no figuren en los rankings, no deberían desaparecer. Lo mismo sucede con el vino: algunos de los vinos más memorables que he probado no estaban en ninguna lista ni puntuados por críticos, pero me transportaron a momentos especiales.

En el mundo del vino, esto se ve claramente con la proliferación de aplicaciones como Vivino, donde cualquiera puede puntuar un vino y compartir su opinión. No me malinterpretes, Vivino tiene su mérito: facilita que los consumidores descubran nuevos vinos y compartan sus experiencias. Pero, ¿cuántas veces hemos visto a alguien entrar en una tienda con la aplicación en la mano, buscando exclusivamente los vinos que tienen más de 4 estrellas? O peor aún, aquellos que solo se guían por un listado de los “mejores vinos”, muchos de los cuales, debido a su popularidad, han visto dispararse sus precios, como el famoso Vega Sicilia o Castillo Ygay.

Mi punto es este: no debemos dejarnos guiar por lo que otros dicen que es “lo mejor”. El vino es una experiencia personal, íntima. El buen vino es el que disfrutas con amigos, con familia, el que te transporta a momentos especiales. No importa si un vino tiene una puntuación de 3.6 o 3.7 en Vivino, lo que importa es si te gusta a ti. Beber vino es una celebración, y esa celebración debe hacerse con orgullo y tranquilidad, sin estar pendiente de lo que dicta una aplicación o un crítico.

Recuerdo que en el cine pasa algo similar. Nos bombardean con listas de las mejores películas, las que todos deben ver. Sin embargo, algunas de las mejores experiencias que he tenido han sido con películas que no figuran en ninguna lista, que no están entre las más mencionadas, pero que me dejaron una huella profunda. Y lo mismo pasa con el vino. Hay miles de vinos que no aparecen en los escaparates más visibles, pero que ofrecen experiencias igualmente maravillosas.

La realidad es que la ley de la oferta y la demanda ha convertido a ciertos vinos en productos casi inaccesibles, con precios que superan los miles de euros por botella. Estos vinos son buenos, sin duda, pero el mercado los ha vuelto prohibitivos por una simple razón: todo el mundo los pide. Mientras tanto, en cada rincón del mundo, en pequeñas bodegas y viñedos desconocidos, hay vinos que esperan ser descubiertos y disfrutados. Vinos que no necesitan una puntuación perfecta para ser apreciados.

Así que la próxima vez que pienses en comprar una botella, no te preocupes tanto por lo que dicen las aplicaciones o los críticos. Escoge el vino que te gusta, el que te hace sentir bien, el que te abraza en una noche fría o te refresca en un día caluroso. Porque, al final, el mejor vino es el que disfrutas en ese momento, con las personas que amas.

– Roque Madrid